La diligencia no dejaba de oscilar de una manera brusca que me hacía pensar en los barcos azotados por las olas, aunque yo nunca había estado en ninguno. Mi hermano mayor, cuando teníamos una relación más estrecha y varios años menos, me llenaba la cabeza con historias de marineros y piratas, de hermosas sirenas y monstruos marinos. Gozaba de un amplio conocimiento de náutica, así que sus relatos cobraban un realismo extremo que muchas veces me hacía sobresaltarme.
Así me sentía yo, como un explorador, con la diferencia de que mi barco era una diligencia que me acercaba a Londres por unos cuantos peniques. Un precio que sí podía permitirme, pese a que me suponía un pequeño esfuerzo. Me gustó y casi lamenté tener que bajarme, pero hacerlo frente al parque St James me desquitó toda pena.
Desplegué la precaria nota que me había hecho con la dirección de los Matthews, familia a la que me iba a presentar para servir en cuanto supiera cómo encontrar su casa, sin embargo, Londres era tan distinta a mi pequeña aldea que me pareció imposible poder llegar. Necesitaba ayuda de algún buen transeúnte.