Cuando amanecí caía una intensa lluvia sobre la ciudad, al acercarme a mi ventana observe que a gente andaba con prisas y casi sin ningún atropellamiento por las aceras, simplemente no había casi nadie; las ganas de salir no habitaban en ningún cuerpo, tampoco en el mió. Me puse un vestido negro lo bastante formal por si una visita inesperada entraba en nuestra casa.
Después de caminar por casa y tomar un equilibrado desayuno, decidí ir a la sala de música, hacia mucho que no tocaba el piano, camine con lentitud hasta el gigantesco ventanal frente al que se encontraba el apreciado instrumento que una vez perteneció a mi padre y abrí las cortinas para que entrara la luz, luego me senté y me puse a tocar una de las partituras que se encontraban allí.